La
construcción del Estado liberal y la articulación política de la
moderna nación española se vivió con optimismo, fueron años de
expansión económica y de progreso general. El ambiente cambió con
la pérdida de Cuba y Filipinas y la derrota ante Estados Unidos. En
el conjunto de la opinión pública influyó la pérdida de los
últimos territorios nacionales de ultramar y la evidencia de la
aplastante superioridad militar norteamericana. En la izquierda, la
derrota del 98 afianzó su interpretación del significado del
Régimen de la Restauración: el triunfo de la reacción, la
continuación de la historia más negra de una España que se había
apartado de la modernidad en el siglo XVI, al rechazar la Reforma, y
que se había hundido en lo que Ortega y Gasset llamó
"tibetanización" que era un aislamiento voluntario y un
narcisismo letal, con el consiguiente atraso económico, la
ignorancia y el apego a las tradiciones caducas. Esta visión
negativa de la sociedad, la tradición y la historia españolas se
encarnó en la genialidad de los escritores del 98. España, dijo
Ortega, era la historia de una enfermedad. La Segunda República era,
para Azaña, una empresa de demoliciones llamada a desmantelar la
falsificación instaurada por sucesivas generaciones de liberales
traidores a los principios de sus mayores, los gloriosos doceañistas.
La
crisis del 98 con frecuencia se ha presentado como una catástrofe
nacional, identificando los errores de los gobernantes españoles con
el fracaso histórico de un pueblo (cuando esta crisis se produce, la
realidad histórica nos muestra a una nación activa en la defensa de
sus intereses).
Resulta
tópico sostener que España agonizaba en 1898, lo que se evidenció
a finales del siglo XIX es que el sistema de la Restauración estaba
en su fase terminal. En la falsedad, arbitrariedad e inconsistencia
del sistema político instaurado en 1875, y en su agotamiento, se
encuentran las verdaderas causas de la crisis. Un aislamiento
internacional de España en una época de expansión imperialista,
agravado con la pérdida de Cuba y Filipinas. Tras la pérdida de sus
posesiones americanas con le desastre 1898, la actuación exterior
española se orientó hacia el norte de África en un momento en que
las grandes potencias Imperialistas se estaban repartiendo el
continente africano. España empezó con una tímida política
exterior con el objetivo de Marruecos. A partir de 1906 España
inició su penetración en el norte de África. La conferencia de
Algeciras de 1906 y el posterior tratado hispano-francés supusieron
la entrada de España en el reparto de África. A España se le
concedió una franja en el norte, el Rift y un enclave en la zona
atlántica: Ifni y Río de Oro.
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