domingo, 11 de enero de 2015

Testimonio de un trabajador de una fabrica en el s.XIX

Entrar en una fábrica era como si dijéramos entrar en un cuartel o prisión, atraídos por los altos salarios vinimos obreros de las partes más pobres del reino. En la industria textil se enganchaban en masa mujeres y niños. La mayoría de esos desdichados niños eran proporcionados por los asilos parroquiales que los tenían a su cargo, cincuenta, ochenta o cien niños eran embarcados como ganado a la fábrica en donde habrían de permanecer encerrados varios años. La jornada de trabajo no tenía otro límite que el agotamiento completo de las fuerzas duraban 14, 16, y hasta 18 horas. Las fábricas eran generalmente insalubres, los techos eran bajos, las ventanas estrechas y casi siempre cerradas. La pelusa pulverizada que producían los tejidos flotaba como una nube y se introducía en los pulmones, la humedad saturaba la atmósfera y calaba los vestidos.Por la noche, el humo de las velas engendraba una fiebre contagiosa.
Testimonio de Paul Mantoux

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