
En 1860, tras realizar referéndum, los estados de Parma, Módena y Toscana, se unieron al reino de Piamonte-Cerdeña. Ese mismo año, en el sur, Garibaldi, con su ejército de Las Mil Camisas Rojas, ocupó Sicilia y pasó a Nápoles, derrotando a la monarquía borbónica. Para conseguir más anexiones había que esperar el contexto internacional favorable, y este llegó en 1866, con la Guerra entre Austria y Prusia, lo que favoreció que los italianos se anexionaran el Véneto con la ayuda del prusiano Bismarck.
Más complicado era conseguir los territorios papales, sobre todo porque Francia era una poderosa aliada de los Estados Pontificios. Solamente la caída de Napoleón III y la guerra franco-prusiana de 1870 hicieron posible la incorporación de estos territorios a Italia, que elegirá Roma como capital del nuevo estado. Muchos años después, tras la derrota de Austria en la Primera Guerra Mundial, en 1919 se incorporaron el Trentino e Istria.El principal problema del proceso de unificación fue el de la ciudad de Roma, que enfrentaba al rey y al Papa.
Los liberales en el gobierno arrebataron el poder temporal al Papa Pío IX, que declaró la imposibilidad de desarrollar su misión religiosa sin dicho poder. El reino de Italia estableció la libertad de culto, libertad de escoger religión en la enseñanza,, supresión de conventos y de diezmos. Pío IX condenó el liberalismo, y en el Concilio Vaticano I de 1870 declaró la infalibilidad ex-cátedra del Papa en materia religiosa.
En Italia se instauró la Cionstitución liberal de Piamonte, se establecieron dos Cámaras (Congreso y Senado), y desde el punto de vista económico, el norte (Milán) se convertiría en el motor industrial